María Cappa
Ayer os hablaba de la magia de la obra de David Mamet. De la capacidad que tiene para ayudarnos a reflexionar; de la facilidad con la que engancha al espectador y lo involucra en la historia; de cómo gracias a esto, este incluso se posiciona a favor de uno de los personajes. Es verdad que el mejor actor de teatro sería incapaz de llenarle el alma al público sin un texto que lo sostuviera. Pero también es cierto que son los actores quienes terminan de encumbrar o soterrar una pieza teatral.
Irene Escolar y José Coronado son los encargados de enfatizar los aciertos del dramaturgo estadounidense. La experiencia de Coronado se pone al servicio de la frescura y la permeabilidad de Escolar y entre ambos crean ese “algo” maravilloso que constituye la esencia del teatro. Darío Fo decía que la improvisación solo es posible cuando el actor domina la técnica. Creo que se puede aplicar a la sensación de generar un diálogo espontáneo. Ambos actores tienen el texto integrado en sus formas, en sus hábitos, en sus gestos; y esto solo puede darse cuando se ha trabajado exhaustivamente el texto, la relación entre los personajes y entre los actores.
Pero en todo artista hay un componente de talento innato. La técnica ayuda a mejorar, a pulir, a perfeccionar una capacidad con la que se nace. José Coronado ha ido mejorando con el paso del tiempo. Ha pasado de ser un buen actor a un gran actor. Irene Escolar domina el lenguaje corporal, las micro-expresiones y una cualidad que es muy complicada de interpretar: la contención. Si un actor no es capaz de expresar contención con habilidad puede irse a los extremos: el histrionismo o la inexpresión. Y la gran virtud de Irene Escolar es el dominio de comunicar en su justa medida lo que quiere pero no puede o no debe. Os voy a tentar con una producción del Teatro Español a modo de trailer de la obra. Porque el arte no se explica; se siente.