María Cappa
Silvia Marsó en "Casa de Muñecas"
Muchas veces la relevancia de un libro, un hecho histórico o cualquier acontecimiento de gran magnitud, está más relacionado con el contexto que con su valía objetiva. Después de ver Casa de muñecas es una conclusión a la que no es complicado llegar.
La interpretación de los actores, de todos, así como la escenografía y el vestuario son los puntos fuertes de la obra. Destaca por encima de todos el papel de Roberto Álvarez. Contundente y creíble es capaz de transportar al espectador en el tiempo para situarlo en pleno siglo XIX. De esta manera uno se siente parte de una época que no pudo experimentar en directo pero de la que puede ver extractos de su vida cotidiana. El resto del elenco, arropado por las vestimentas y por una más que adecuada ambientación escénica terminan de sostener la ficción. Si bien el espectador es consciente durante toda la obra de que está asistiendo a una representación teatral, esta no resulta una ficción agresiva.
El ritmo y las situaciones que se reflejan en la obra de Henrik Ibsen constituyen el lado más negativo. Antes de continuar me veo en la obligación de advertir de la absoluta subjetividad desde la que voy a analizar este hecho. Acostumbrada a otro tipo de lenguaje narrativo, como es el del teatro ruso, resulta más que probable que mi percepción esté influenciada por un lenguaje que sin duda es muy distinto al de la concepción artística noruega. Soy consciente también de la relevancia histórica que esta obra ha tenido y no pretendo en absoluto restarle un ápice de la influencia en la sociedad que esta supuso. Una vez tenido en cuenta esto, paso a explicarme.
Casa de muñecas
El personaje interpretado por Silvia Marsó, Nora, es unas veces el de una mujer madura con las trabas propias de la época, y otras, sin embargo, el de una cría de 14 años a la que de repente le han colocado un marido y tres hijos. El infantilismo que desprende el personaje puede suponer un obstáculo para la credibilidad de la obra. La resolución de conflictos, por otro lado, resulta también algo apresurada. La introducción al problema principal es breve, preciso y claro. El desarrollo de este ocupa un espacio primordial en la trama, de manera que cuando hay que solucionarlo da la sensación de que el autor se ha quedado sin tiempo y no puede dedicarle la profundidad necesaria.
La conclusión, por tanto, se hace de manera casi drástica y precipitada. Parece como si el personaje, en una hora, adquiriera conciencia de su contexto histórico. La determinación final de Nora no sigue un proceso lógico de asimilación paulatina de los hechos, sino que es capaz de localizar el problema, y con él la solución. Una mujer que ha sido incapaz de ser un individuo en ningún momento de su vida, adquiere de súbito la madurez y la lucidez suficientes como para emprender un camino radicalmente diferente al que recorría hasta el momento y así encontrarse con su esencia.
A pesar de los aspectos negativos a los que acabo de referirme, cuando una obra llega a ser un clásico siempre hay algún motivo que merece la pena conocer. Este motivo, diferente según la percepción de cada uno, y la interpretación del elenco de Casa de Muñecas, son los dos factores fundamentales por los que, desde Lamásbelladelasmentiras, invito a todo el que me lea a ver la obra. Uno no puede siempre sentirse regocijado con todo lo que la vida le ofrece. En cambio, si es inteligente, siempre se llevará a casa algo que merece la pena haber aprendido.